Comentario
CAPÍTULO V
Patofa promete venganza a su curaca, y cuéntase un caso extraño que acaeció en un indio guía
El indio apu, que en la lengua del Perú quiere decir capitán general, o supremo en cualquier cargo, el cual en su propio nombre se llamaba Patofa y era de muy gentil persona y rostro, tal que su vista y aspecto certificaba ser bien empleada en él la elección de capitán general y prometía todo buen hecho en paz y en guerra, levantándose en pie y soltando una manta de pellejos de gatos, que en lugar de capa tenía, tomó un montante de palma, que un criado suyo en lugar de insignia de capitán en pos de él traía, y con él hizo delante de su cacique y del gobernador muchas y muy buenas levadas, saltando a una parte y a otra, con tanta destreza, aire y compás que un famoso esgrimidor o maestro de armas no pudiera hacer más, tanto que admiró grandemente a nuestros españoles, y, habiendo jugado mucho rato, paró, y con el montante en las manos se fue a su curaca y, haciéndole una gran reverencia a la usanza de ellos, que se diferenciaba poco de la nuestra, le dijo según los intérpretes declararon: "Príncipe y señor nuestro, como criado tuyo y capitán general de vuestros ejércitos, empeño mi fe y palabra a vuestra grandeza de hacer, en cumplimiento de lo que se me manda, todo lo que mis fuerzas e industria alcanzasen, y prometo, mediante el favor de estos valientes españoles, vengar todas las injurias, muertes, daños y pérdidas que nuestros mayores y nosotros hemos recibido de los naturales de Cofachiqui, y la venganza será tal que, con mucha satisfacción de tu reputación y grandeza, puedas borrar de la memoria lo que ahora, por no estar vengado, te ofende en ella. Y la más cierta señal que podrás tener de haber yo cumplido lo que me mandas será que, habiéndolo hecho bastantemente, osaré volver a presentarme ante vuestro acatamiento y, si la suerte saliese contraria a mis esperanzas, no me verán jamás tus ojos ni los del Sol, que yo mismo me daré el castigo que mi cobardía o mi poca ventura mereciese, que será la muerte, cuando los enemigos no quisiesen dármela de su mano."
El curaca Cofaqui se levantó en pie y, abrazando al general Patofa, le dijo: "Vuestras promesas tengo por ciertas como si ya las viese cumplidas, y así las gratificaré como servicios hechos que yo tanto deseo recibir." Diciendo esto se quitó una capa de martas hermosísimas que traía puesta y, de su propia mano, cubrió con ella a Patofa en pago de los servicios aún no hechos. Las martas de la capa eran tan finas que la apreciaban los españoles valdría en España dos mil ducados. El favor de dar un señor a un criado la capa, o el plumaje o cualquier otra presea de su persona, principalmente si para darla se la quita en su presencia del criado, era entre todos los indios de este gran reino de la Florida cosa de tan gran honra y estima que ningún otro premio se igualaba a él, y parece que, conforme a buena razón, también lo debe ser en todas naciones.
Estando ya proveído todo lo necesario para el camino de los españoles, sucedió la noche antes de la partida un caso extraño que los admiró, y fue que, como atrás hicimos mención, prendieron los nuestros en la provincia de Apalache dos indios mozos, los cuales se habían ofrecido guiar a los castellanos. El uno de ellos, a quien los cristianos sin le haber bautizado llamaban Marcos, había guiado ya todo lo que del camino sabía. El otro, que asimismo, sin le haber dado agua de bautismo, le llamaban Pedro, era el que había de guiar de allí adelante hasta la provincia de Cofachiqui, donde había dicho que hallarían mucho oro y plata y perlas preciosas. Este mozo andaba entre los españoles tan familiarmente como si hubiera nacido entre ellos. Sucedió que la noche antes de la partida, casi a media noche, dio grandísimas voces pidiendo socorro, diciendo que le mataban. Todo el ejército se alborotó, entendiendo que era traición de los indios, y así tocaron arma, y, a mucha diligencia, se pusieron a punto de guerra en escuadrones formados los infantes y los caballos; mas, como no sintiesen enemigos, salieron a reconocer de dónde había salido el arma y hallaron que el indio Pedro la había causado con sus gritos, el cual estaba temblando de miedo, asombrado y medio muerto. Preguntando qué era lo que había visto o sentido para pedir socorro con tan extraños gritos, dijo que el demonio, con una espantable vista y con muchos criados que le acompañaban, había venido a él y díchole que no guiase a los españoles donde había prometido guiarles so pena que lo mataría, y, juntamente diciendo estas palabras, lo había zaleado y arrastrado por el aposento, y dándole muchos golpes por todo el cuerpo de que estaba molido y quebrantado, sin poderse menear, y que, según el demonio lo maltrataba, entendía que lo acabara de matar si no acertaran a entrar tan presto dos españoles que le socorrieron, que como el demonio grande los vio entrar por la puerta de su aposento, le había dejado luego y huido, y tras él habían ido todos sus criados. Por lo cual entendía que los diablos habían miedo a los cristianos; por tanto, él quería ser cristiano; que por amor de Dios les suplicaba lo bautizasen luego, porque el demonio no volviese a le matar, que, estando bautizado como los otros cristianos, estaría seguro que no le tocase, porque lo había visto huir de ellos. Todo esto dijo el indio Pedro, catecúmeno, delante del gobernador y de otros españoles que se hallaron presentes, los cuales se admiraron de haberle oído, y vieron que no era fingido, porque los cardenales y torondones e hinchazos que en el rostro y por todo el cuerpo hallaron testificaban los golpes que le habían dado. El general mandó llamar los sacerdotes, clérigos y frailes y les dijo que en aquel caso hiciesen lo que bien visto les fuese. Los cuales, habiendo oído al indio, lo bautizaron luego y se estuvieron con él toda aquella noche y el día siguiente confirmándolo en la fe y esforzándole en su salud que decía estaba molido y hecho pedazos de los golpes que le habían dado, y, por su indisposición dejó de caminar aquel día el real hasta el siguiente, y lo llevaron dos días a caballo porque no podía tenerse en pie.
Por lo que hemos dicho del indio Pedro se podrá ver cuán fáciles sean estos indios y todos los del nuevo mundo a la conversión de la Fe Católica, y yo, como natural y testigo de vista de los del Perú, osaré afirmar que bastaba la predicación de este indio, sólo con lo que había visto, para que todos los de su provincia se convirtieran y pidieran el bautismo, como él lo hizo; mas los nuestros, que llevaban intención de predicar el evangelio después de haber ganado y pacificado la tierra, no hicieron por entonces más de lo que se ha dicho.
El ejército salió del pueblo Cofaqui y el curaca lo acompañó dos leguas, y pasara adelante, si el gobernador no le rogara que se volviera a su casa. Al despedirse mostró, como amigo, sentimiento de apartarse del gobernador y de los españoles, y habiéndole besado las manos, y a los más principales de ellos, encomendó de nuevo a su capitán general Patofa el cuidado de servir al adelantado y a todo su ejército. El cual respondió que por la obra vería cuán a su cargo llevaba todo lo que le había mandado. Con esto se volvió el cacique a su casa, y los españoles siguieron su camino en demanda de la provincia Cofachiqui, tan deseada por ellos.